25 enero 2014

Maestros y maestras

Se escribe y se opina mucho sobre educación, en los medios escritos y hablados, en Las Cortes, en los bares, en las reuniones de amigos ... todo el mundo opina pero es raro encontrar referencias lúcidas a la importancia del maestro de enseñanza primaria, del valor de su impronta, de la huella que puede llegar a dejar en sus pequeños pupilos ...y, especialmente, de la función clave de la escuela, la socialización. Por eso sorprende y emociona encontrar en el  Huffington Post de hoy este artículo de  Francisco Mora,  Catedrático de Fisiología Humana de la Universidad Complutense de Madrid y catedrático adscrito de Fisiología Molecular y Biofísica, Universidad de Iowa:

"Acabo de regresar de lugares en donde he respirado otras culturas. Y vuelto con la mente lavada, fresca, como la de un niño recién peinado que lo llevan al colegio. Y precisamente, tras lo vivido, he pensado mucho, una vez más, en la cultura que tenemos y la educación que recibimos. Y en el colegio y los maestros y su significado en la educación, la cultura, la ciencia en esta España tan vieja, pícara, engañosa y deshonesta. Y la gran labor que hay por hacer en valores verdaderamente humanos, lejos del pensamiento pobre, egoísta, oscuro, que respiramos todos, todos los días. La educación en este país no se arreglará nunca desde arriba, a golpe de leyes. Solo se arreglará seleccionando, formando buenos maestros. A alguien, ahí arriba, algún día, se le ocurrirá transformar los estudios de magisterio y crear un proceso serio de selección de los candidatos a maestros. Y lo hará, tal vez, de pronto, tras darse cuenta que el maestro es el gran hacedor, el hacedor de futuros, el responsable máximo de quien depende, en gran medida, los que van a ser los ciudadanos que va a tener un país. Reconocerá el enorme poder que el maestro tiene en su mano, poder real, del que posiblemente el propio maestro no es consciente. Y ese poder reside en que el maestro, haga bien o mal su trabajo, va a cambiar el cerebro de los niños a los que enseña. Y debo insistir, ese cerebro, de forma lenta y con los largos tiempos de colegio, no cambiará de una forma sutil, sino que lo hará en sus raíces, en su química y en su física, en sus conexiones anatómicas, en el funcionamiento de los circuitos neuronales y en sus engramas emocionales profundos. Y en ellos anclará de forma definitiva los valores y aprenderá las normas que instrumentan esos valores para vivir en sociedad. Eso es lo que enseña la Neurociencia hoy. Es claro que la familia es ese primer modulador del cerebro del niño. Pero es el maestro, insisto, en orquestación de la relación con los otros niños el que entroniza en su cerebro los valores que deben regir su vida en una sociedad. Eso es educación que, como acabo de señalar, no se arreglará nunca solo con leyes sino, fundamentalmente formando buenos maestros, reconociendo que hay que seleccionar y formar muy bien quien va a ser maestro, creando en él la responsabilidad personal y social que implica su trabajo. Y solo así podemos tener la esperanza de que las cosas cambien de raíz. Y es así también que sembrando bien podemos esperar recoger una cosecha que fructifique en posteriores periodos de la enseñanza o en la misma conducta personal y social de ese niño. Y pasar así, con valores, de esa tan enraizada y centenaria conducta aireada y aplaudida del listo, pícaro y engañoso, zorruno y corto con los demás, a la conducta que expresa nobleza, mirada larga, honradez consigo mismo y bien hacer con los demás. Cierto que ser maestro no es una tarea para la que sirve todo el mundo. Profesión dura que hay que amar pues requiere una buena dosis de entrega de tiempo y talento emocional. Y eso no es fácil y menos en ese día a día que es la briega del aula, de la lucha, tantas veces, con la incomprensión y la desesperanza. Por eso hay que formar al maestro haciéndole consciente del valor de su trabajo. Haciéndole saber emocionalmente que es él quien alimenta el fuego que hace cocer lento los talentos ejecutivos, la inhibición y el control de la conducta, el entrenamiento de la memoria de trabajo, la emoción, la atención, el aprendizaje y la repetición del aprendizaje y el respeto y la comprensión empática del otro. Proceso que acumulado será la guía del futuro personal del niño. Y eso son valores en donde, más allá de la enseñanza misma y el ejemplo cotidiano del maestro, sean en esos primeros años como era la luz de los faros para los barcos. La madera de maestro no crece en todos los bosques. Es una madera especial que hay que escoger y seleccionar muy cuidadosamente. Y después embellecerla. Magisterio debiera de ser una de las profesiones más cuidadas, no a nivel de conocimientos en materias, que también, sino en sensibilidad social, en fibra emocional, en aristas de ética, en capacidad docente, en corazón de valores y en sentimiento profundo de responsabilidad social. Un niño en manos del maestro es como un bloque de mármol en el que clase a clase, día a día, hay que modelar a pequeño golpe de palabra y emoción y sacar una figura que sea la base de un ser humano sólido y honesto. Un maestro es un hacedor de futuros. Un mago capaz de transformar el cerebro en desarrollo de los niños para que puedan convertirse en dirigentes honrados o simplemente ciudadanos capaces de sentirse orgullosos de un buen hacer con lo que hace. Y también ser capaces de volver algún día al Colegio, dar un abrazo a su maestro y derramar sobre su mesa luces de agradecimiento. De lo que el maestro haga, con su palabra y con su ejemplo, saldrán niños con amor por la verdadera cultura, las humanidades y la ciencia. Saldrán niños con valores capaces de ennoblecer la verdadera dignidad personal y el bien hacer, escuchar y respetar al otro. De hacer reconocer emocionalmente que los demás no solo son los que están delante de ti, cercanos y hablando contigo, sino aquellos otros que no ves. Y que el daño y desdoro hacia los demás puede ser simplemente echar una colilla o un pañuelo sucio desde tu coche cuando conduces por la carretera. Entronizar valores humanos significa luchar por ser el mejor bibliotecario, el mejor ingeniero o el mejor fontanero o carpintero sintiéndote orgulloso de un trabajo bien hecho. Y todo eso, en gran medida, depende de los maestros. El maestro debiera ser la joya de una sociedad" 
Maestra de la Escuela Nueva, 1934 Foto: Agustí Centelles, exposición reciente en el Paraninfo de la Univ. de Zaragoza

19 enero 2014

Catorce

Aunque en este blog nos dedicamos principalmente a contar iniciativas para el fomento de la lectura en la escuela y la mayoría de nuestras reseñas se refieren a literatura infantil, también nos acercamos de vez en cuando a libros específicos para adultos.

En este 2014 se cumplen 100 años de la Gran Guerra. Conforme el año avance tendremos ocasión de leer, consultar y recordar  numerosos libros y documentos sobre el desastre, la destrucción y el horror de aquellos cuatro años de contienda generalizada en Europa. Pero esta breve narración nos aproxima con concisión y realismo a los aspectos más atroces, sórdidos y desesperantes vividos en las trincheras. Y sin embargo, todavía queda espacio para el humor (negro, como no podía ser de otra manera) e incluso para el amor. 

Pero no es la destrucción y la muerte, lo más impactante del relato. Es la frialdad aparente del narrador lo que  estremece, ese mensaje aparentemente cínico que destilan sus páginas, y con el que uno se queda al pasar la última. Es como si ce petit roman del escritor francés Jean Echenoz resumiera un tácito consenso colectivo: "Aquello pasó, así sucedió pero la vida sigue, mejor no pensar, mejor no recordar". Sin embargo nos debemos la lectura, se la debemos a los millones de jóvenes cuyas  vidas se truncaron hace ahora cien años.  Como las de los cinco amigos protagonistas, los hermanos Anthime y Charles Sèze , Padioleau, Bossis y Arcenet que fueron al  conflicto como quien va a una fiesta que no va a durar más de un par de semanas.






Si je mourais là-bas...

Si je mourais là-bas sur le front de l'armée
Tu pleurerais un jour ô Lou ma bien-aimée
Et puis mon souvenir s'éteindrait comme meurt
Un obus éclatant sur le front de l'armée
Un bel obus semblable aux mimosas en fleur

Et puis ce souvenir éclaté dans l'espace
Couvrirait de mon sang le monde tout entier
La mer les monts les vals et l'étoile qui passe
Les soleils merveilleux mûrissant dans l'espace
Comme font les fruits d'or autour de Baratier

Souvenir oublié vivant dans toutes choses
Je rougirais le bout de tes jolis seins roses
Je rougirais ta bouche et tes cheveux sanglants
Tu ne vieillirais point toutes ces belles choses
Rajeuniraient toujours pour leurs destins galants

Le fatal giclement de mon sang sur le monde
Donnerait au soleil plus de vive clarté
Aux fleurs plus de couleur plus de vitesse à l'onde
Un amour inouï descendrait sur le monde
L'amant serait plus fort dans ton corps écarté

Lou si je meurs là-bas souvenir qu'on oublie
- Souviens-t'en quelquefois aux instants de folie
De jeunesse et d'amour et d'éclatante ardeur -
Mon sang c'est la fontaine ardente du bonheur
Et sois la plus heureuse étant la plus jolie

Ô mon unique amour et ma grande folie

Guillaume Apollinaire*.  30 janv. 1915, Nîmes
 Apollinaire, poeta de origen polaco, nacionalizado francés y muerto en 1918 en la guerra.