En 2016 se celebrarán los Juegos de la XXXI Olimpiada de la era moderna en Río de Janeiro (Brasil). Este ha sido el evento que hemos elegido como eje temático del curso escolar 2015/16. El deporte, en general, y las Olimpiadas en particular nos van a dar mucho juego a lo largo del curso.
Los JJOO son mucho más que una competición deportiva, son un escaparate que refleja la realidad del mundo con todos sus claroscuros. En su larga historia podemos encontrar numerosos episodios de gloria, esfuerzo, superación, colaboración ... y también de injusticia, agresiones, discriminación, ignominia... Precisamente en estos últimos días circula por las redes sociales un episodio que concentra todos estos ingredientes y que nos sirve para dar el pistoletazo de salida al tema olímpico, se trata de la historia del corredor australiano Peter Norman.
Peter Norman
Cuando
los derechos de los negros no se respetaban en EEUU dos velocistas
americanos levantaron el puño en el podio de los Juegos Olimpicos de
Mexico 1968 reivindicando los derechos humanos de los negros en su
país. Fueron expulsados inmediatamente, su carrera deportiva
terminó, recibieron amenazas de muerte y terminaron uno de
lavacoches en Texas y el otro de estibador en el puerto de Nueva
York. Fue gracias a gente valiente como ellos que la segregación
racial en EEUU se visibilizó y fue retrocediendo poco a poco.
Pero
la historia del blanco de la foto es menos conocida y es digna de una
película. Es australiano, se llamaba Peter Norman y fue medalla de
plata en esa carrera. Se pensó que estaba ajeno a la movida que se
montó detrás de él pero no fue así. Los dos americanos le
explicaron lo que iban a hacer y qué le parecía. Norman contestó:
“Creo que todo hombre tiene derecho a beber la misma agua. Creo en
lo que creen ustedes”. Y a continuación señaló el distintivo de
la lucha de los negros (la pegatina redonda blanca que se ve en la
foto) y preguntó si tenían uno para él. De esa forma mostró su
solidaridad con la lucha de los negros.
Las
consecuencias para el australiano fueron terribles.
Fue
condenado al ostracismo. No sólo se le hizo difícil seguir
corriendo; tampoco conseguía quién le diera trabajo. Repetidas
veces lo invitaron a pedir perdón por el episodio de México, pero
él se negó, y siguió entrenando con sus medios y logrando tiempos
superiores a sus rivales. En los cuatro años siguientes batió trece
veces la marca de calificación en los 200 metros para ir a las
Olimpíadas de Munich en 1972, pero no lo convocaron al equipo
nacional y, por primera vez en la historia de los Juegos, Australia
no tuvo sprinter en las finales de 100 y 200 metros. Norman intentó
dedicarse al fútbol australiano profesional pero una lesión en el
tendón de Aquiles lo puso al borde de perder la pierna por gangrena.
Se hizo adicto a los calmantes que le recetaban, luego alcohólico,
luego se recuperó y empezó a militar en el sindicalismo y trabajar
en una carnicería. Usaba su medalla olímpica para trabar la puerta
de su departamento.
Cuando
se anunció que Australia organizaría los Juegos en el 2000, se
ilusionó con que lo incluyeran en los festejos. Los organizadores de
Sydney invitaron a todos los medallistas olímpicos australianos a
desfilar el día de la inauguración, pero a Norman no sólo lo
excluyeron del desfile: ni siquiera le mandaron entradas para ir al
estadio Era el mejor velocista de la historia australiana, su tiempo
de 20,06 segundos sigue siendo la marca en 200 m., pero no existía.
Finalmente formó
parte del evento después de haber sido invitado por los
norteamericanos cuando se enteraron de que su país había renunciado
a hacerlo. Incluso en la estatua
que se había erigido en el campus de San José, California,
conmemorando aquel podio de México 68, el segundo lugar estaba
vacío.
Cuando
murió en 2006, los dos ex velocistas americanos viajaron hasta
Melbourne y llevaron su féretro. La banda que acompañaba el cortejo
tocaba “Carros de fuego”.
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