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13 abril 2015

Eduardo Galeano

1940 - 2015

Se ha ido Galeano, el escritor que visibilizó a los nadies. No  les dio voz porque cada uno tiene la suya, como él decía, sólo hay que escucharla. Su ausencia nos deja con las venas abiertas de dolor pero queda su discurso en el que conviven sus grandes obras con abundantes  historias breves, casi sentencias, pero tan profundas unas como otras. 

"Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo" ¿Puede haber un mensaje más estimulante para quienes queremos educar a niños y niñas en la esperanza de un mundo mejor?

Especial mención merece una pequeña y deliciosa obrita del maestro Galeano, Mujeres. Como muestra de los relatos que incluye, un botón.

Hildegarda

En el año 1234 la religión católica prohibió que las mujeres cantaran en las iglesias. Las mujeres, impuras por naturaleza, ensuciaban la música sagrada que solo podía ser entonada por niños varones o por hombres castrados. Esta pena de silencio rigió durante siete siglos, siete siglos y pico, hasta que, con el siglo XX, hace un rato nomás, las mujeres pudieron cantar en las iglesias solas o en coros. Poco antes de que se pusiera en marcha esta prohibición contra las hijas de Eva, hubo una monja llamada Hildegarda, que dirigió un convento a las orillas del Rin, en una ciudad, Bingen, y que creó la música litúrgica que a mí me parece la más bella de todas, la que más me llega, la que más profundamente me llega al último rinconcito del alma. Y esa música fué escrita, compuesta para ser cantada por mujeres, las monjas de la Abadía de Bingen que dirigía Hildegarda; y por suerte el tiempo no les borró las voces, esas voces de ángeles que supieron cantar como nadie a la gloria del paraiso. Y, Hildegarda no se limitó a componer música maravillosa, que durante siglos fueron traidoramente entonadas por hombres porque las mujeres no podían cantarlas, sino que además fué una adelantada de su tiempo, que hace muchos años, ochocientos años, año más año menos, supo desafiar el monopolio masculino del convento y convirtió a su convento en un reducto, en un santuario de la libertad femenina...Y que supo escribir en sus trances místicos páginas que han perdurado, donde la mujer ocupa un lugar central, porque Hildegarda decía, y sabía lo que decía, que: "La sangre de veras sucia no es la sangre de la menstruación sino la sangre de las guerras".